domingo, febrero 11, 2007

La última provocación de Rayito

Román Revueltas

A López Obrador le gusta transitar por las fronteras de la legalidad. Es lo suyo, su negocio, una afición calculada porque el hombre, entre otras cosas, es un provocador nato. El más preponderante juez de la más suprema de las cortes de justicia terrenal podría ordenarle que abriera un expediente o que no prosiguiera con una operación y, mira, Rayito desobedecería alegremente alegando que su reino no es de este mundo, que su deber primero es “con los pobres”. El derecho le interesa en tanto que mera herramienta cotidiana de la burocracia pero, llegado el momento de las grandes definiciones, su compromiso no es con las leyes sino con la “justicia”, entendida ésta como una reivindicación indiscutible merecida por las masas de desheredados. De ahí la legitimidad que se arroga sin el menor problema de conciencia y de ahí también las inmoderadas prerrogativas que él mismo se otorga: su causa es elevada de necesidad, luego entonces los reglamentos, impuestos encima por un sistema inventado exclusivamente para servir los intereses de “los ricos y los poderosos”, se pueden incumplir con toda tranquilidad.

Al antiguo candidato presidencial le gusta entonces mover tramposamente las primeras piezas y esperar a que los otros pierdan la serenidad. Su propósito es ser acusado y el papel de víctima le viene como anillo al dedo. Al lanzar un desafío sabe muy bien lo que hace pero se disfraza inmediatamente de corderito y, en cuanto le tocan las tarascadas del lobo feroz, lanza estremecedoras jeremiadas. Fox, muy mal aconsejado, cayó redondito en la trampa del desafuero y López Obrador vivió ahí el mejor de sus momentos: la derecha mostraba su verdadero rostro oponiéndose arteramente al “proyecto alternativo de nación” encabezado por un providencial justiciero que, desafiando a las fuerzas del mal, iba por fin a poner las cosas en su lugar. Nunca después, ni cuando esos mismos grupos montaron un “fraude” colosal ni mucho menos cuando se proclamó “presidente legítimo”, volvió a disfrutar de parecida aceptación entre los votantes: tenía, en su condición de perseguido político, las pruebas en la mano de que sus adversarios no jugaban limpio y el apoyo real de millones de personas que ni siquiera habían sido sus simpatizantes. Desde ahí, directito a la presidencia de la República. ¿Para qué molestarse ya en hacer una buena campaña?

Algo parecido acabamos de ver con el asunto de los spots del PRD. El partido del sol azteca podría perfectamente ocuparse de otros temas –no faltan: la reforma fiscal, el advenimiento de la derecha conservadora, la lucha contra los monopolios, la defensa de los consumidores, etcétera— pero, dedicado de lleno a servir al caudillo, no puede permitir que la gran gesta electoral caiga en el olvido y, sobre todo, debe seguir machacándonos que en este país hay otro presidente, con todo y gabinete. No importa que la coronación del presunto jefe haya sido una mascarada, que los propios perredistas participen en el entramado institucional y que se embolsen despreocupadamente los recursos públicos que el satanizado Gobierno del “espurio” les hace llegar a sus arcas maltrechas.

Lo curioso es que, sin haber aprendido la lección, los actuales responsables de la política interior volvieron a agitar el espantajo de las leyes en vez de reconocer, por puro pragmatismo y en beneficio propio, que a este hombre hay que darle un trato especial para simplemente llevar la fiesta en paz. No todas las batallas merecen ser libradas sabiendo, además, que a López Obrador le gusta “desacatar” por principio y por costumbre. Y, después de todo ¿hasta dónde puede llegar? Pues, no demasiado lejos, habiendo sido ya desenmascarado su montaje del “fraude”, sin un auténtico aparato de gobierno detrás –digo, tal vez no es muy legal escenificar una toma de posesión y hacer llamados a que ocurra un golpe de Estado durante la ceremonia de investidura del presidente elegido por la mayoría de los mexicanos pero, si lo piensas, el tipo no tiene un ejército ni recauda impuestos ni ejerce un poder real— y con el índice de seguidores a la baja.

No valía la pena, pues, recordarle a Rayito que no es el presidente de la República y que su coronación fue una obra de teatro. Ni mucho menos impedirle, así fuera con los mejores argumentos jurídicos (lo que está por verse; nuevamente, nos vemos enredados en estas discusiones), que su partido trasmitiera, en los tiempos que le otorga legalmente el Estado, su pequeña parodia. No hay que engancharse nunca con los provocadores. A ver si lo entendemos de una buena vez.